jueves, 19 de marzo de 2020

Volar sin alas.

Día nosecuantos de cuarentena, perdí la cuenta demasiado pronto. Todos estos días previos al confinamiento ya planteé cada uno de los pasos que daría para mantenerme organizado y ser “productivo”, palabra que a cada día que pasa pierde más significado para mí. Porque, ¿qué es ser productivo?
Estos días no he parado de crear, en mi mente, discursos, momentos, frases, pensamientos, abrazos. Mi mente nunca fue tan creativa, nunca estuvo tan viva, nunca me sentí tan vivo por dentro. No paro de inventar formas de consumir toda la energía que desprende mi mente. También he aprovechado para echar el freno, de mano claro. Me he parado a observar mi mundo y el mundo que, por ahora, se me mantiene prohibido.
He visto a mi abuelo sobrevivir una vez más, cansado de decirle a la muerte que aun no era su turno, he visto a mi madre vestirse de heroína y acudir a hacer del mundo un lugar un poquito mejor. He visto a mi padre mantener a la familia en casa, preocuparse y prepararse para lo peor, agobiarnos, pero para protegernos, levantarse cada mañana para hacer de nuestro hogar, un lugar seguro. Por fin he tenido el tiempo suficiente para disfrutar de mi más leal compañero, mi perro, de un atardecer tumbados en el suelo. De nuevo él me regalo su mejor silencio. Es curioso que me diga que la vida puede ser muy perra. Ahora lo puedo ver envejecer a diario, pudiendo disfrutar cada instante a su lado. Me he dedicado a estudiar y a entender como funciona la mente de mi gata, que parece que vive en un mundo totalmente ajeno a este. Me hizo gracia la frase de “si tienes un gato, prepárate para ser ignorado el 98% del tiempo”, amén. También digo que el 2% restante es amor incondicional. Yo siempre, como chico de naturaleza, donde recupero mis ganas de esta frenética vida, vivo en mi patio donde ahora si escucho a los pájaros cantarme, donde el cielo está libre de nosotros y donde parece que todo está bien. Y no solo disfruto de este gran privilegio, yo me estoy pasando el juego con los trucos y tengo el patio de mi abuela a mi total disposición, lugar donde me crie y donde la imaginación no tiene límites, donde solo comparto espacio con un par de gatos, los cuales día a día se están haciendo amigos míos. Dirán por ahí que soy el chico más afortunado de mi barrio, y es verdad.
Fuera de estos muros, hay muchas malas noticias, pero todas vienen con un lazo de esperanza. Veo a diario actos de empatía y solidaridad, de esos actos que te sacan una sonrisa tonta. Ahora ya nadie se olvidará de felicitar el día del padre, esté donde esté. Pero, ya sabéis, sin besos ni abrazos (hacedlo a escondidas). Ahora las terrazas de los pisos se han vuelto mercados populares, donde las personas comparten su día a día con el vecino, ahora ya no somos desconocidos, por primera vez la televisión es secundaria, prima saber antes como esta el vecino del quinto, si necesita algo. Los días están plagados de actos altruistas que destapan la esencia del ser humano. Tiempos en los que la tecnología nos acerca y nos hace conocer a personas que están llenas de magia, que tienen una luz interna que ilumina tus noches, que saca lo mejor de ti y hace que con sus palabras, tu sobrevueles por encima de tus límites. Ahí fuera hay héroes anónimos luchando tu guerra, guerra en la que te encantaría estar en primera línea.
Por primera vez, es tiempo de soñar, de cambiarlo todo, y de volver a empezar, como grupo, colectivo o individualmente. Nos han puesto a prueba y nos han enseñado una vez más, que el tiempo es efímero.
Y ahora mi pregunta es, ¿Cómo pasareis el resto de vuestra vida?
Os doy tiempo para pensar la respuesta, digamos quince días.
Charlie.


No hay comentarios:

Publicar un comentario