lunes, 16 de marzo de 2020

Cuarentena.


El día que el mundo se detuvo y nuestra mente comenzó a caminar. El día que al ser humano se le obligó a conocerse, a sentir la pérdida de la libertad, se le obligó a encoger sus alas. El día en el que el enemigo invisible se cobró su primera víctima. Aquel día nos miramos a los ojos por primera vez, y vimos más allá de lo que queríamos mostrar, vimos miedos, incertidumbre e inseguridades. Vimos que éramos vulnerables, que el mundo nunca fue nuestro y que siempre nos hemos mentido los unos a los otros. Los días se volvieron silencio y las noches oscuridad. No quedó sitio ni para la maldad. Nos habíamos sumergido en lo más profundo de las tinieblas. Y justo ahí, cuando alcanzamos el pico, todo comenzó a disminuir. La empatía lleno el mundo de buenas acciones, las personas comenzaron a prestar su mano y a sacar lo mejor que tenían dentro de si mismos, claro, ahora todo era más fácil, no había ningún cronometro persiguiéndonos, ya no teníamos que contentar a nadie ni alcanzar un cupo de producción. Sin quererlo, el virus que quería acabar con nosotros se volvió nuestra mejor cura. Nos liberó de ideas preconcebidas, de reuniones absurdas. Ni la religión supo explicar mejor lo que era el amor al prójimo. Y es cierto, perdimos mucho, pero ganamos una nueva vida llena de caminos por recorrer. Ahora la humanidad ya si sabía caminar, porque se paró y pensó, pensó que el camino en compañía es más ameno.

Caminante no hay camino, camino se hace al andar...



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