A qué bonita reflexión
llegué anoche. Y es que para quien me conozca, puedo ser impulsivo y poco
controlador en cortos estadios de tiempo, cosa que odio e intento trabajar y
mejorar día a día. Pero como todo buen lienzo abstracto, al mirarlo desde otro
punto de vista, la naturaleza incontrolable de la vida me da un don que lo
contrarresta: y es mi profunda capacidad reflexiva cuando ocurre algo o hago
algo que no me gusta, mi mente comienza a trabajar y establece innumerables
puntos de vista, que crecen en color y forma conforme avanza el tiempo; es una
especie de aprendizaje continuo que me sitúa en un estado de preparación óptimo
para la próxima vez que me enfrente a la misma situación. Pero aquí es donde
surge lo verdaderamente interesante: es muy poco probable que se vuelvan a dar
las mismas condiciones para que se reproduzca dicha situación. Es una carrera
contra algo que siempre será más rápido que tú: una derrota casi asegurada. Entonces,
al saber que nunca estaré cien por cien preparado para afrontar una situación,
por su carácter aleatorio e impredecible, toca una vez más realizar un acto de
crecimiento interior, de desarrollo de habilidades, de camino hacia un estado
físico y espiritual que te coloquen en la mejor posición defensiva para
responder con la mayor contundencia y a la vez delicadeza para, de esta forma,
responder de la forma que tú crees acertada. Y menciono el “tú” porque si de
algo estoy seguro es de que la respuesta correcta no existe, solo la que más se
acerca a ella.
Muchos años atrás me he
frustrado por mirar todos los defectos que atesoro, haciendo caso omiso a mis
virtudes, y en concreto a esta. No he sabido entender que mi capacidad
reflexiva, mi capacidad de introducir un dialogo interno con sentido y con
forma y cuerpo es un gran don, que me posiciona cerca de los que quiero y me
aleja de lo que no quiero, que cada día me acerca más a los grandes
aprendizajes que quiero aprender y enseñar. Qué no soy pero en cambio sí soy.
Para cerrar esta reflexión
diré, esta vez sin lugar a equivocarme, que el camino es la más valiosa de las
aventuras, es donde residen las respuestas de la vida, y es, al fin y al cabo,
donde pasaremos la mayor parte de nuestra vida. La meta solo es un alto en el camino,
una cota más alta, pero el fin en sí, siempre será seguir caminando.
“Caminante,
son tus huellas
el
camino y nada más;
Caminante,
no hay camino,
se
hace camino al andar.
Al
andar se hace el camino,
y
al volver la vista atrás
se
ve la senda que nunca
se
ha de volver a pisar.
Caminante
no hay camino
sino
estelas en la mar.”
Antonio Machado.