sábado, 31 de octubre de 2020

Un nuevo mar.

 

Un nuevo mar.

Sentarse a observar la marea, mientras el sol se esconde por el oeste, preservar ese instante en la memoria, como un recuerdo cálido, enternecedor. Prefiero perderte en un mar de dudas, pensando en todo lo que podría haber ocurrido si estuviésemos cerca, si aprendiésemos a sentir más y mejor, sin miedo, sin remordimientos. La marea cada vez es mayor, y las olas de un mundo que amenazan con arrasarlo todo nos empujan a dejarlo surcar solo, a su suerte, con un levante débil dirección hacia la inmensidad. Ahora vuelvo a escuchar aquel oleaje donde disfrutaba del silencio, de ese olor, de tu perfume, que olía a casa, olía a tranquilidad. Después de tantos ponientes, nos dejamos vencer por una leve brisa marina que solo nos pedía paciencia. Ahora solo somos capaces de escudarnos en promesas, en palabras, tan volátiles y efímeras. Donde quedan todos aquellos miradores, refugios de deseo, todas las calas, con atardeceres eternos, vendidos a la misma alma. Siempre seremos las promesas incumplidas, argumentadas con las mejores excusas, o quizás tan solo seamos una marea de verano, un par de atardeceres veraniegos en los que refugiarse. Quizás tan solo seamos dos seres, destinados a desentenderse.